Vivencia singular

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Siempre he oído decir que “año nuevo, vida nueva”. Lo cierto es que no creo mucho en este dicho, pero en seis meses hemos vivido cambios y hemos aprendido de ellos, tanto mayores como pequeños. El año empezó con mi entrada en el aula a finales de enero con los chicos y las chicas más pequeños en Pinardi-Estrecho.

Capítulo I: el inicio

Entrar en un sitio nuevo nunca es fácil, siempre tienes incertidumbre de qué te vas a encontrar, de si los niños y las niñas te aceptarán.

El primer día que llegué casi todos los chicos y chicas de mi clase me conocían gracias a la visita que les había hecho la semana anterior. Aun así, el proceso de cada uno fue diferente, algunos me aceptaron muy rápido y a otros tuve que ganármelos poco a poco. Apoyarles con las tareas y con el estudio era muy importante, aunque contribuir en su crecimiento como personas y compañeros, ayudarles a gestionar sus emociones, otras cualidades y habilidades eran prioritarias. Y entre toda esta mezcla, el vínculo, el cariño y la cercanía tenían presencia constante.

La clase funcionaba bastante bien, a pesar de que siempre hay cosas que mejorar y cambiar. Me gustaba mucho ayudarles y prepararles actividades divertidas para seguir aprendiendo. Conseguí motivación personal en los chicos y las chicas a través del juego. Se esforzaban en hacer sus tareas escolares para poder tener tiempo para jugar al concurso matemático o para crear palabras y escribir con letras magnéticas.

Capítulo II: cuarentena

El 10 de marzo estuvimos en clase pensando que no nos veríamos en un par de semanas, despidiéndonos pero sin saber que pasaría, pero todo se alargó unos meses más.

Los primeros días de trabajo en casa fue duro no verles y no saber de primera mano cómo estaban y cómo les estaría afectando el confinamiento. Fueron contactando las familias y pude comenzar a hablar con los chicos y las chicas. Después, empezamos a hacer videollamadas conjuntas y terminaron derivando en actividades y juegos varios días a la semana entre todos.

Algunos se conectaban mucho a los juegos de ocio que hacíamos, algunos demandaban más ayuda en la parte escolar y algunos tenían menos actividad digital, pero todos y todas contactaron en algún momento de la cuarentena y pudimos hablar. Este tiempo nos sirvió para conocernos más entre nosotros, tanto yo a ellos como ellos a mí y hemos cocinado juntos, hecho manualidades, deporte o zumba y muchos juegos como el bingo.

Este periodo de confinamiento se alargó y nos despedimos del curso así, por videollamada y desde nuestras casas. Con tristeza nos dijimos “hasta luego”, pero con alegría de que nos veríamos en el campamento urbano de julio.

Capítulo III: campamento urbano

Durante esos días tuve que frenar algún intento de abrazo y me hice amiga de la frase “te veo la nariz”, pero durante la quincena hemos aprendido, jugado y disfrutado. Ver a los amigos de nuevo es un sentimiento incontrolable, compartir horas haciendo deportes, bailes, descansando y jugando con agua o haciendo manualidades era algo que ellos y ellas echaban de menos y más de uno necesitaba. Y, aunque tenían que llevar mascarilla y respetar las distancias, salir de casa y vivir esta quincena nos ha ayudado a iniciar el verano con más ganas para vernos a la vuelta.

Capítulo IV: la vuelta al cole

Lara Rodríguez García